Aquel día -estoy seguro-
me amaste con toda el alma.
Yo no sé por qué sería.
Tal vez porque me marchaba…
Vas a superar todo -dijiste-.
Ay, tu ausencia será larga,
y ojos que no ven… Presente
Has de estar siempre en mi alma.
Ya lo verás cuando vuelva.
Te escribiré muchas cartas.
Adiós, adiós… Me entregaste
tu mano suave y rosada,
y, entre mis dedos, tu mano,
tibia de emoción, temblaba.
Yo no me atreví a mirarte,
pero sin verte, notaba
que los ojos dulcemente
se te empañaban las lágrimas.
Me lo decía tu mano
en la mía abandonada,
y aquel estremecimiento
y aquel temblor de tu alma.
Ya nunca más me quisiste
como entonces, muda y pálida.
...Hacía apenas dos semanas
que eran novias nuestras almas.