Después de lo gozado
y lo sufrido,
después de lo ganado
y lo perdido,
siento
que existo aún
porque ya,
casi a la orilla
de mi vida,
puedo recordar
y gozar
enloquecido:
en lo que he sido,
en lo que es ido...
Tengo los mismos años que vivió García Lorca
uno menos que Maiakovski
dos encima de Bécquer
once menos que Rilke.
Un año más que Whitman cantándose a sí mismo.
Sigo aquí.
Mi papel de testigo me sigue complaciendo.
Podría entonar antífonas solemnes.
Decir: cosecha,
sangre,
fuerza,
cosmos,
patria.
Me habían dicho que un día sería grande.
Pero de estas cenizas nadie me había hablado.
No morir. ¿Cómo se hace?
¿Con honra? ¿Con ejemplo?
¿Con la imaginación?
¿Con la memoria?
Quiero estar a tu lado entre los cisnes.
Nunca cerrar los ojos. Recordarte.
Que me abrace tu nombre.
Que tu sal en mi pecho
no haya cárcel ni enfermedad ni reyes
capaces de robármela.
Aquel día -estoy seguro-
me amaste con toda el alma.
Yo no sé por qué sería.
Tal vez porque me marchaba…
Vas a superar todo -dijiste-.
Ay, tu ausencia será larga,
y ojos que no ven… Presente
Has de estar siempre en mi alma.
Ya lo verás cuando vuelva.
Te escribiré muchas cartas.
Adiós, adiós… Me entregaste
tu mano suave y rosada,
y, entre mis dedos, tu mano,
tibia de emoción, temblaba.
Yo no me atreví a mirarte,
pero sin verte, notaba
que los ojos dulcemente
se te empañaban las lágrimas.
Me lo decía tu mano
en la mía abandonada,
y aquel estremecimiento
y aquel temblor de tu alma.
Ya nunca más me quisiste
como entonces, muda y pálida.
...Hacía apenas dos semanas
que eran novias nuestras almas.
Puedo vivir sin ser tu ausencia,
sin tus recuerdos, solo mi soledad.
Será mi sombra, mi espacio,
mi tiempo, mis horas frías.
Puedo vivir en la penumbra
de tus ojos, de tu mirada,
en la oscuridad total, sin luz
sin saber si anocheció.
O me quede ciego, mejor así
no veré mi tristeza, mis ojos,
no mirarán mi alma desnuda,
y vendrás un día, no te veré.
Tú me verás, dormido, absorto,
en mi mundo de tinieblas.
Sabré que estás allí, por tu perfume,
tu aroma me devolverá la visión.
Saldré de las sombras veré el color.
del azulado día, y me dirás
que ya no seré tu ausencia
que dejaré de ser tu recuerdo.
Se cierra el telón termina la historia,
los locos amantes, momentos, memorias...
Réquiem por un amor que se muere, que no fue suficiente para que te quedarás en mi presente.
Fuimos una obra maestra, escrita con piel y letras, robamos al tiempo horas que yacen muertas.
Creamos una historia donde fuiste mi Dulcinea, más decidiste marcharte dejando la obra a medias.
Y lloro por no tenerte, sufro por amarte.
Me habría gustado ser discípulo de Ícaro.
Hubiera sido hermoso festejar
las bodas de Calixto y Melibea.
Me habría gustado ser
el joven Werther en Río de Janeiro
Yo quisiera haber sido el huerto del poeta
con su verde árbol y su pozo blanco
el inspector fiscal
con el que conversara Maiakovski.
Me habría gustado amarte. Te lo juro.
Sólo que muchas veces la voluntad no basta.
De todas las terrenas servidumbres
que aprisionan mi afán en esta cárcel
me confieso deudor de la carne
y de todos sus íntimos vaivenes
que me hacen más feliz
y menos libre.
A veces, sin embargo,
la esclavitud se muestra soberana
y me siento señor del destino.
Porque sé amar, porque probé la fruta
y no maldije nunca su sabor agridulce,
porque puedo ofrecer mi corazón intacto
si el camino se digna requerirlo,
porque resisto en pie, con humilde firmeza,
el rigor de este fuego que enloquece.
En este fragor mudo en el que todos somos
rufianes, vagabundos, desposeídos y presos
no existen vencedores ni vencidos
y mañana no arrienda la ganancia de ayer.
Que no entre en la batalla quien sucumba
ante el rencor pequeño de las humillaciones.
Saber, son necesarias descomunales dosis
de grandeza de espíritu y coraje
en las lides calladas de la pasión humana.
La recompensa, en cambio, es sustanciosa.
Ser súbdito tan sólo de la naturaleza,
no temer a la muerte ni al olvido,
no aceptarle a la vida una limosna,
no conformarse con menos que todo.
Y si te digo que ahora vivo
Con la certeza de que no piensas en mí
Y que me consta que es muy cierto
Que nuestro amor por fin se ha muerto
Que no es tan nuevo para mí
Pero digamos que en tu ausencia
Te escribo un último poema
Mentiría si dijera
Que a mi la vida que aún me queda no la podré vivir sin ti.
Y sabes bien como soy yo
Si aquí se termina este cuento
Pues vida es la que tú prefieras y cada quien a su manera
Esta vez no te pido nada porque nada es lo que debes
Tanto ganas tanto pierdes
Y si te digo que ahora sigo
Que es una pena no volver a coincidir
Si bien las tardes son distintas
Yo les dedico una sonrisa
Apenas me acuerdo de ti.
Pero digamos que ahora mismo
Entre los ruidos y silencios de mi voz
Mis labios te hablan de alegría
Es que me abrazo a la ironía
De que otro día será mejor.
Yo nunca resistí las despedidas...
Con su mezcla de muerte y precipicio
con el aroma amargo de la finitud
empalagando el ánimo
con esa luz de hielo matutino
que penetra debajo de los párpados.
Yo nunca resistí las despedidas
pero no sé por qué.
Me lo pregunto porque no ha supuesto
una sorpresa súbita casi ninguna de ellas.
He solido saber
con esa exactitud de los relojes
el lugar, el momento
la documentación y el escenario
en que sobrevinieron.
No hay engaño. El domingo seis
era un domingo sin ti. Estaba escrito
mucho antes que las lágrimas
anunciasen el fin
y todo fin es único.
Las despedidas son como el otoño
inevitables pérdidas
vienen puntuales con aviso previo.
Nadie puede acusar de su tristeza
a la pequeña hoja tiritando dormida
en medio del camino.
Yo nunca resistí las despedidas
porque en cada una de ellas se marchita la voz
de todas las personas que yo he sido
y ya no puedo ser.
M. V. C.